La caja de Pandora la guarda el pequeño comercio

Son muchas las librerías que, como Códex, abren esta semana sus puertas por primera vez: un regreso a la normalidad repleto de intrigas y retos



LAURA RAMÓN ANDRÉU


Normalmente, con la cotidianidad y la rutina sobre las que la urgencia exacerbada se ha proclamado dueña del día a día, no seríamos capaces de admirar los detalles que ahora resultan tan importantes. Normalmente, pasar por la plaza de tu barrio y observar en la puerta de la librería el cartel de abierto no se manifestaría como un hecho en el que enfocaríamos nuestra atención, sin embargo, actualmente nos quedamos mirándolo como si ese letrero fuera una fuente de ilusión y de esperanza: un pequeño elemento que nos hace intuir que algo está cambiando. En estos días son muchos los que pisan el pavimento tras semanas a puerta cerrada y se encuentran con una ciudad familiar pero rebosante de extrañezas. 

En tiempos de pandemia el arte nos ha mantenido cuerdos. Música, cine, literatura, teatro, y un largo etcétera cultural se han convertido en kits de emergencia para salvarnos del estrés, miedo y agobio en nuestras casas, mientras las noticias cada vez iban adquiriendo una tonalidad más desoladora. Quizá, ahora que muchos han comenzado a valorar aquello que antes no hacían, aquello que calienta y arropa las almas, demos un paso hacia adelante y ayudemos a los sectores que más afectados están tras lidiar con la soledad de las calles sin conocer si la corona de laureles se colocará al fin sobre ellos.  

Vicente, al igual que la mayoría de pertenecientes a su gremio, estas últimas jornadas ha dejado que el sol ilumine su librería y que sus libros se alejen de la rareza de tanta oscuridad. Cuando cruzas el umbral de la puerta y te camuflas entre la historia y la ficción, entre Defreds y Platón, parece como si nada hubiera ocurrido, como si todo siguiera su orden lógico. Pero si agudizas la mirada entiendes que nada es igual. Comprar un ejemplar se ha vuelto una tarea ardua, ahora mediante encargo, cita previa y cuarentena para las obras que sean devueltas. “Los clientes no pueden tocar los libros, tienen que avisarnos del título que quieren y nosotros se lo damos. De momento el aforo está siendo de una o dos personas (si es suficientemente grande el negocio). Intentamos ir consiguiendo guantes, y utilizamos spray desinfectante cada vez que atendemos a alguien. Llevo más de una semana detrás una pantalla de metacrilato, pero cada vez es más difícil conseguir una, se han agotado”, confiesa el librero. 

El acontecimiento que ha paralizado el mundo también ha segregado un perfume común que ha decidido actuar como una cúpula que controla cada rincón: el aroma de la preocupación. Está presente en los noticiarios, en los pensamientos expuestos y en los rostros que ahora adivinamos a través de miradas mientras contemplamos como las sonrisas desaparecen tras telas blancas o azules. Las librerías también han quedado atrapadas en la embriaguez del perfume. “No quiero ser negativo, explica Vicente pero veo una situación complicada. Hay gente que tiene miedo, y romper ese miedo para volver a la normalidad cuesta. Además, esta crisis sanitaria viene acompañada de una crisis económica importante”. Los pronósticos que se están planteando sobre lo que vendrá después de este hecho histórico no poseen muchos atisbos de optimismo. Se prevé que más del 30% del pequeño comercio no pueda volver a abrir sus puertas de nuevo. Después de haber estado durante años haciendo frente al mundo digital, la globalización y los centros comerciales, el coronavirus se convierte en el último impacto que necesitaba el comercio local para terminar de resquebrajarse. “No es solo salvar a las librerías, nos tenemos que salvar todos”, aclara el dueño de Códex. La inmersión en internet ha sido vital para la supervivencia de estos negocios, y, en el transcurso de este capítulo que parece sacado de una película de ficción americana, ha supuesto un gran vínculo entre el público y el comerciante, sobre todo en fechas señaladas como el Día del Libro o la Feria del Libro (de la que todavía se desconoce si aplazará su realización o terminará suspendiéndose). 

Asimismo, el desconcierto se apodera de los volúmenes que reposan en los estantes y parece que se miren entre ellos intentando entender las circunstancias que los desafían. A pesar de todo, la caja de Pandora sigue cerrada, y la esperanza continua como nuestra aliada. Tal vez, sea ocasión de mirar hacia el camino andado y al que aún queda por recorrer, e introducir modificaciones en nuestro ritmo de existencia. Vicente, con mirada tranquilizadora, anuncia su más sincera reflexión: Es el momento de plantearnos cambiar esta sociedad. Se ha demostrado por la pandemia que las ciudades pequeñas son ciudades sanas. Hay que apostar por esas ciudades, son el futuro. Las crisis tienen que ser para aprovecharlas y para mejorar. Hay muchas cosas que esta crisis nos puede ayudar a prosperar. Es el momento del pequeño comercio”. 

Todo a nuestro alrededor se está metamorfoseando, y cada excentricidad se va convirtiendo poco a poco en la nueva realidad que nos toca afrontar. Serán meses y años duros, pero en los que aprenderemos a valorar una infinidad de pequeñas nimiedades que antes dábamos por ciertas. Y, probablemente, un rótulo con la inscripción de abierto en la librería de nuestro pueblo sea uno de esos detalles. 

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